
Entreabrió los ojos con la certeza de que algo mágico había ocurrido en él esa noche. Se dirigió al espejo y miró su cuerpo entero: Tenía una pequeña cabeza de jíbaro con orejas de duende y hocico de caballo. Un hermoso ojo verde en medio de la frente y otro de tonos púrpura escondido entre su rubia cabellera. Tenía el torso de Hércules con los pechos de Afrodita, que saltaban al compás de sus ancas de rana.
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