martes, 13 de abril de 2010

Agonía existencial


Cada vez más se negaba el aire a cruzar por su traquea jadeante, pero aún tenía fuerzas para buscar con su mirada, hundida entre cuencas forradas de añeja epidermis, un trozo de infinito. – Ciento treinta y dos años.- Pensaba.- Ciento treinta y dos años con la misma pregunta. ¿Cuál es el sentido de la vida… de mi vida? ¿En verdad importa hacia donde vamos o es una calle anárquica de doble sentido? Tal vez es sólo una eterna glorieta por la que circula nuestra experiencia. ¡Ja! Experiencia. Ver que se te escapan inalcanzables los años y cada uno que se va sientes más miedo de volver a errar, un miedo que ralentiza tus pasos hasta frenarlos, hasta convertirte en un estatua polvorienta, en otro inerte ornamento social.- Y su tos salpica gotitas de sangre en las cobijas tiesas.- Pensé demás, -Pensaba.- en pensar se me fue la vida, si es que a este eterno deambular sin sentido se le puede llamar así. Ciento treinta y cinco años no fueron suficientes para tatuar mi carne con una sola experiencia. En unos minutos cuando se me acabe el tiempo y la vida pasee ante mis ojos, sólo veré el vacío.- Su corazón convulso juega a ser titiritero del cuerpo. - ¡Un año más, uno sólo y viviría! – Los parpados papel de china no se sostienen por si mismos. Las escasas pestañas se estiran, intentan sostenerse de las cejas tupidas y grises, pero resbalan y caen de nuevo. Y es el iris que se despide de la luz intermitente y las fosas nasales sintiendo la última caricia del aire en sus vellos, y más abajo la boca, en el último instante del juego recuerda aquél día en que besó por vez única y primera. Sonríe. El anciano piensa. – Sí he viv…

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1 comentario:

  1. Muy bueno, ojalá recuerde cada beso dado y recibido cuando llegue mi vejez. Qué final.

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