Nota sobre hacedor:
El hacedor de miniaturas ha caído enfermo. Desde que los ladrones del tiempo le prohibieron juguetear con la musa al darse cuenta que impúdicamente le soplaba micros al oído, su vitrina se ha visto despoblada.
Por fortuna hace poco el hacedor y la musa tuvieron un encuentro amoroso de extensa duración.
Así nació este cuento. No es tan breve como lo que se pública comúnmente, pero muy en el fondo verán que tiene alma miniatura.
Calipso y el amor perdido.
I
Penélope teje en silencio, de vez en cuando dirige su mirada a la cuna de Telémaco, esquivando la mirada de Ulises que le incrimina con paciencia las ojeras de noches en vela, las arrugas angustiosas de los días que pasó en su búsqueda, los senos marchitos durante su espera.
Ulises sabe que si Penélope acaricia su tejido mirando hacia la cochera, es por que recuerda a Eurímaco, el de brazos fuertes, invitándola a olvidar a su niño amante perdido y subir a su moto para acompañarlo a vagar por siempre entre carreteras y bares. No se lo reprocha. Él también recuerda con añoranza y lamento la vulva caliente de Calipso en su boca, su ombligo de olor a perfume importado y sus quirúrgicos senos perfectos implorándole a llantos “No te vayas”.
II
Calipso sabe que ya no regresará Ulises, por eso dejó de inyectarse botox, de aplicarse cremas y colorear sus canas. Ahora mira en el espejo sus huesudos pómulos forrados de piel, adelgazada de tanto estirar, mientras platica a su cotorrito:
- ¡Ay, Mambo. Tenía el ojo morado y le escurría sangre por la boca! Yo lo subí al auto antes de que se lo llevara la policía, que trepaba a diestra y siniestra chamacos revoltosos a la patrulla. Cuando le limpiaba las heridas me dijo que era una señora muy bonita. Su piel era áspera, pero sus ojos inocentes.
Me contó en la cena de un tal Paris de su secundaria, que le había bajado la novia a su amigo, por eso empezó todo el pleito. Luego me preguntó cuándo regresaría a su casa. Yo sabía que él era el hombre de mi vida, por eso le regalé el más adictivo de los videojuegos y se pasó la noche pegado a la pantalla mientras yo lo contemplaba. Antes de que se durmiera del todo, le dije al oído “Quédate conmigo y conocerás la vida eterna.”
III
Telémaco Despierta y se descubre solo, tan lejos de los brazos de su madre como nuca antes. Ulises lo comprende, él también lloró maldiciendo la distancia que le separaba de Penélope y fue por su llanto que Calipso lo encontró para informarle que era libre de irse.
- ¡No te creo! ¿Qué planeas?
- Ulises, mi pequeño héroe. Tú sabes que me eres más valioso que la vida, por que tú le das valor a ella. No quiero que te vayas, pero no te quiero triste.
Todavía no entiende por que lo dejó ir Calipso, tampoco porqué él la abandonó. Maldecía la distancia que le alejaba de Penélope, pero ahora, a su diestra, la sentía aun más distante.
- Voy a dar la vuelta.- Avisa.
IV
- Esa noche llegue tarde por un trabajito que me había encargado “el Zeus”. Cenamos pizza. Yo hubiera preferido una ensalada de frutas tropicales, algo más sensual, tú me entiendes, Mambo, pero la pizza con leche era su comida favorita. Yo sólo llevaba puesto mi brassier de perlas y este camisón… que por supuesto, antes me lucía mucho mejor. Quería mostrarle que estaba depreciando el cuerpo de alguien capaz de comprar la belleza eterna, a cambio de una mujer que el tiempo llenaría de arrugas y grasa en zonas no deseadas.
¿Crees que sigo siendo bella, Mambo? Ya sé que así no, pero con un poco de maquillaje, ocultándome estas canas y bajo un vestido escotado… todavía puedo seducir a un púber de secundaria, ¿no crees?
V
- Lo siento. Yo no hablo con maricas.- Y le azotó el pedazo de lámina con que cerraba su puerta a medio centímetro de la cara.
A decir verdad, él hubiera hecho lo mismo. Desde que se conocieron, justo antes de que aquél se llevara a la mujer que esté no había visto en tres años a recorrer el mundo en motocicleta, Eurímaco y Ulises supieron que entre ellos habría todo menos una bonita amistad.
- Necesito pedirte un favor.
-¡Estás pendejo!
- Te conviene, voy a…
Las guitarras de “Iron Maiden” resonando desde la pocilga de Eurímaco asesinaron las aladas palabras de Ulises, que decidido a no quedar sin repuesta, rodó la “Harley” hasta donde el metalero pudiera contemplar como era rayada su salpicadura.
- ¡¿Qué te pasa, animal?!- Salió encabronado.
- Saldré de viaje y necesito que alguien me cuide a Peny. Ustedes se llevan bien ¿no?
- ¿Es una trampa, desgraciado?
- Quería ver si me hacías el favor.
- Ve a chingar a tu puta madre.- Se metió de nuevo y Ulises partió con la conciencia tranquila.
VI
- Bésame, dime que soy bella y te comprare los juegos que quieras, te mostraré placeres que aún no imaginas y te dejaré comer pizza con leche.
- ¡Qué asco!
Tenía la piel áspera y los ojos inocentes, pero no era Ulises, sino un pobre imbécil. Calipso no se había sentido tan humillada desde el día en que la visitó el mensajero del ala tatuada.
- ¡Quítate los pantalones, mocoso! Te la voy a mamar, a ver si cambias de opinión.
- ¡Déjame!
Si no fuera por el pinche escándalo que hizo Penélope cuando perdió a su noviecito, “el Zeus” no hubiera sentido su anonimato en riesgo, ni hubiera mandado a su puto mensajero pistola en mano para obligarla a abandonar al único hombre por el que había sentido algo parecido al amor.
- ¡Auch! No muerda, señora. Me duele.
- ¿Todavía quieres regresar con tu mamá?
VII
Ulises ya alcanzaba a vislumbrar la mansión de Calipso, aquella con el poder para ser bella por siempre, la que un día le prometió vida eterna. Sabe que con sólo tocar a su puerta, obtendrá una vida de placeres y lujos, y que probablemente esta vez, si no es que el destino desea otra cosa, también encontraría una nueva presea, un amor de a de veras.
Pisa el tapete de bienvenida pensando que pide demasiado, temiendo que con el tiempo lo haya olvidado. Toca la puerta.
Silencio.
Vuelve a tocar.
Ella abre. El maquillaje no disimula del todo sus ojeras marcadas, sus senos tan firmes contrastan con la piel arrugada que se sume entre sus costillas, aún sigue oliendo a perfume importado. Sus ojos se extrañan al ver barbado al que siempre le fue imberbe, al ver las entradas en su cabellera, antaño abundante, pero reconoció su piel áspera y su mirada inocente. Al menos el uno para el otro todavía se eran bellos.
Ninguno conocía la palabra adecuada para el momento. No fue necesario, alguien más hablo:
- ¿Ya me lleva a mi casa, señora?